18 de mayo de 2012

Indignación o Hartazgo

Hace ya unos meses que tenemos nuevos políticos al mando del gobierno central, no así en las autonomías dónde con pequeñas variaciones nos gobiernan los mismos; así que aprovechando el aniversario del 15M quiero trasladar al blog algunas reflexiones que sería interesante debatir.

Quiero, en principio reflejar, como ya he hecho en algún otro escrito, la importancia del uso adecuado de los términos para trasladar hechos que en ocasiones ocurren sin que seamos capaces de evaluarlos adecuadamente hasta que nos han sobrepasado; por eso quiero aquí poner mi objeción al término “indignados” que a fecha de hoy se sigue utilizando para referirse a los movimientos, incluso al pensamiento, que se expresa a partir del 15 de mayo de 2011.

Por qué?
Creo que los que estamos más cerca de la edad de Stephane Hessel que de la juventud teníamos la espina clavada de ver a la juventud excesivamente contemplativa respecto a la política, sobre todo reflejada en la abstención electoral, por lo que nada nos extrañó ver un texto que llamaba a la indignación, no sólo de los jóvenes pero sobre todo de ellos que son los que más tiempo pueden sufrir los excesos del capital.
Pero estamos ya en el quinto año de la crisis y creo que a estas alturas la palabra indignado ya no refleja la situación real en la que nos encontramos gran parte de la población, así que precisamente el no reflejar el estado anímico provoca que bastantes políticos hagan un diagnóstico erróneo de la situación.
El enfado contra los actos de otros es lo que se define por indignación. Indignarse se define como una afección psíquica y como tal existen grados de las mismas por lo que creo que hoy mejor debiéramos hablar ya del “Hartazgo”. Explicaré la diferencia entre indignado y harto a través de las situaciones en las que nos hemos ido encontrando en los últimos años:
Estoy indignado por que mi empresa no obtiene crédito de la banca con la que trabajábamos desde hace años, pero estoy harto de que yo como ciudadano le preste dinero a bancos que probablemente no puedan devolverlos nunca aunque el ministro de turno nos crea tontos diciendo que es seguro que lo hará.
Estoy indignado por perder mi autoempleo, pero harto de que a pesar de haber pagado durante muchos años me devuelvan, en el paro o pensión, mucho menos de lo legislado cuando lo pagaba y encima estar escuchando que me lo están regalando.
Estoy indignado por un sistema electoral injusto pero harto de que los partidos mayoritarios defiendan su poder poniéndose de acuerdo para no cambiarlo (es en lo único que se ponen de acuerdo rápidamente) .
Estoy indignado con los corruptos, políticos o no, que se llevan el dinero público pero sobre todo harto de que ni la justicia, ni la sociedad (véanse los reelegidos a pesar de ser éticamente culpables) cambie sus valores éticos de tal forma que sean excluidos de sus grupos sociales en vez de ser defendidos como si de equipos de fútbol se tratara.
Estoy indignado con las subidas de impuestos pero sobre todo harto de la falta de posibilidad de participación en la gestión de los mismos por falta de transparencia y mecanismos que permitan visualizar el coste / beneficio.
Estoy indignado con una sociedad que menosprecia al emprendedor y sobre todo harto de escuchar como vamos a ahorrar, sin oír prácticamente nada sobre como vamos a ayudar a que las empresas fabriquen y vendan más, única manera de recaudar y por lo tanto generar, hasta tal punto que se llega a transmitir la sensación de que el presupuesto del estado y por lo tanto los sueldos de los funcionarios sale del dinero que se fabrica por la FNMT. Y lo más grave harto de que nos faciliten el despido que no nos interesa utilizar sin que se haga nada para evitar la sangría de coste que significan los impuestos cuando no se produce.

Pero y qué importa esa diferencia entre las dos expresiones? A mi entender socialmente mucho y los dirigentes debieran tenerlo en cuenta, ambos términos reflejan “pasiones del ánimo” pero el grado es importante y cuando se llega al hartazgo la ira del enojado es mucho más difícil de controlar y en lugar de burlarse tanto de los griegos, portugueses o de los manifestantes del 15M ó de Valencia, quizá debieran nuestros dirigentes tomar más en serio a las personas y esconderse menos detrás de ese ser etéreo que es “el mercado” que sirve para justificarlo todo.
Quizá transmita este blog un pesimismo que puede ser exagerado pero creo que es momento para que tomemos posición y los políticos mejoren el análisis de la situación ya que si no fuera así es probable que quien saque beneficio sean las posiciones más extremas, sobre todo mientras tengamos un sistema electoral que precisamente por hartazgo de la sociedad puede llevarnos, como se está viendo en Europa, a estar en manos de los extremos, económicos y políticos.

30 de enero de 2012

La formación en la empresa

Durante diecinueve años participé, inicialmente como vendedor y con posterioridad como dirigente, de la formación que la multinacional Xerox tenía planificada para todo su personal, tanto para comerciales como para otras áreas, tanto en sus niveles básicos como por supuesto en los niveles intermedios o de alta dirección. Su organización de entrenamiento ha sido reconocida internacionalmente en diversas ocasiones.


Como receptor de dicha formación podría enumerar multitud de beneficios que aporta, habilidades, conocimiento, integración, ahorro de tiempos y costes, seguridad en el trabajo, conocimiento inter-disciplinar, análisis de necesidades y técnicas de formación, estrategias, gestión de personal, y así seguiríamos enumerando todos los beneficios que pueden figurar en cualquier manual de formación.

En las grandes empresas es habitual la existencia del, más o menos amplio, departamento de personal dónde tanto por su preparación cómo por su tarea la formación es un objetivo claro. Pero y cuando detrás no está la multinacional (o el estado). Todos leemos constantemente que la formación es básica pero ¿realmente asumimos que esa inversión dentro de la empresa es rentable? ¿le dedicamos el tiempo que esa rentabilidad merece?

Mi experiencia como empresario durante los últimos once años, visitando innumerables compañías, es que resulta demasiado difícil para la mayor parte de los pequeños y medianos empresarios, y más en tiempos con las dificultades actuales, dedicarle el esfuerzo necesario. Soy sin embargo un convencido de que existen fórmulas que permiten trasladar a la práctica lo que en términos teóricos es algo aceptado por todos pero quizá no tan practicado.

Por ello, en estas líneas, voy a centrarme en dos aspectos no tan obvios como son: la formación en tiempos de crisis y la motivación. Una premisa, la diferenciación entre urgente e importante es fundamental para darle a la formación el valor que merece por su importancia, aún cuando la consideremos casi siempre de menor urgencia.

Voy a compartir unas pequeñas reglas que nos han permitido alcanzar los objetivos esperados de la formación que impartimos tanto en nuestra empresa como en aquellas externas a las que hemos podido aconsejar.

- La Motivación sería el primer aspecto a considerar. En los treinta años que llevo dirigiendo equipos, las fórmulas de motivación han variado de tal forma que, simplificando, hemos pasado de la Pirámide de Maslow al análisis individual y la auto-motivación, en todo caso dificultando la labor de dirección si no se encuentran los motivadores adecuados. La formación puede ser uno de los catalizadores de dicha motivación y desde luego de los más importantes en tiempos dónde los aspectos económicos y de seguridad en el trabajo se han deteriorado. Alguien al que le dedicamos tiempo a su formación se siente más integrada y satisfecha con su puesto de trabajo y dispuesta además a dedicar tiempo adicional a la mejora de sus conocimientos.

- Método, sería un segundo aspecto. La formación continua es fundamental todos los días suele haber oportunidad para aprender y enseñar algo, sin embargo además debe existir una disciplina de grupo que permita crear un proceso de selección de necesidades, calendarios de cursos, fijando fechas periódicas dedicadas a la formación, evaluación de formador y formados del curso y resultados del mismo, tanto durante como algún tiempo a posteriori mediante análisis de resultados.
- Eficacia como objetivo. En muchas ocasiones la tendencia a enseñar transparencias muy bonitas en los cursos, a poder ser con términos extraños, nos aparta del objetivo buscado. Es fundamental, en la empresa, una formación que logre el efecto que se desea, de lo contrario no sólo la empresa se sentirá defraudada si no también los formados. Como cualquier objetivo que nos marquemos la formación debe tener objetivos alcanzables.

- Aprendizaje organizacional Los cursos permiten obtener información de nuestras carencias en la organización que muy habitualmente no se observan en el trabajo diario, por lo tanto debe asumirse que la formación es también un momento de aprendizaje para la empresa.

Espero que este conjunto de experiencias compartidas puedan aportar una pequeña ayuda a la tarea de las personas que de alguna manera dirigen empresas o grupos de trabajo.

(publicado en la revista Mareba)
http://marebavg.es/revista2/index.html#/12/zoomed